Ante una gran multitud, que lo esperaba desde horas
(otros desde la noche anterior…), el Santo Padre se dirigió a la Iglesia
“vivamente” representada en la plaza de San Pedro, en la última audiencia
pública de su Pontificado.
Algunas de sus palabras fueron:
“Desde que
asumí el ministerio Petrino, en el nombre del Señor he servido a su Iglesia,
con la certeza de que es Él quien me ha guiado. Sé también que la barca de la
Iglesia es suya, y que Él la conduce por medio de hombres. Mi corazón está
colmado de gratitud porque nunca ha faltado a la Iglesia su luz. En este Año de la Fe invito a todos a renovar la firme confianza en Dios, con la
seguridad de que Él nos sostiene y nos ama, y así todos sientan la alegría de
ser cristianos”.
La confianza en el Señor que guía la historia,
confirmada en el manantial de la oración, te llevaron por caminos de humildad que
engrandecen tu persona y tu valerosa decisión profética. ¡GRACIAS, SANTO
PADRE!, porque la caridad que proclamaste lleva en tus gestos el sello coherente
de tu entrega.
Nosotras, Misioneras Claretianas, fieles a
nuestro carisma, hemos de “ocuparnos en el silencio de la oración (…) rogando a
Dios por las necesidades de nuestra Madre Iglesia, a cuyo fin debemos dirigir
todas nuestras oraciones y trabajos” (Cf.
Const., nº 50). ASÍ SEA.
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